Ir al contenido principal

PRECIOS INASUMIBLES #HISTORIASDEVIAJES


Es curioso cómo se desarrollan los acontecimientos en algunas ocasiones. No soy una persona especialmente romántica, pero a veces uno se siente prácticamente obligado a creer en el destino.
Este año decidí viajar a Valencia de vacaciones, solo. ¿Por qué me sentencié a mí mismo al ostracismo? Simplemente quería alejarme de todo lo que me era conocido y pasar tiempo conmigo mismo. Además quería comprobar mi capacidad para desenvolverme por mi cuenta y conocer a otras personas sin la ayuda de acompañantes más sociables que yo.
Por supuesto, fue un desastre. La soledad termina aburriendo, o tal vez me creía a mí mismo más interesante de lo que realmente era. Y mi habilidad para socializar resultó ser tan inexistente como ya me había imaginado. Entonces, y es aquí donde ese supuesto destino parece hacer acto de presencia, apareció ella, la chica más bonita que he visto en mi vida. No era una belleza superficial y evidente como aquella a la que se nos tiene acostumbrados. No, ella resplandecía con luz propia, con un encanto natural y sincero que dejaba entrever multitud de capas de inteligencia, fiereza y picardía.
Me echó un vistazo con aquellos ojos que parecían ser capaces de devorar mundos y me caló en un instante. Jamás había conocido a alguien que jugueteara con tanta elegancia con otra persona, y aun así lo hacía desde una posición inocente y para nada maliciosa. Más bien al contrario, parecía que sus provocaciones irradiaban el mayor de los cariños.
A partir de ese día estuvimos juntos en todo momento durante mi viaje. Dábamos largos paseos por la playa, nos bañábamos juntos en la piscina y pasábamos noches enteras hablando y bebiendo. Ni siquiera un incidente que hubo con un anciano (aparentemente un mirón) nos fastidió el momento. De hecho diría que hasta influyó positivamente en esa situación. Y no fue el único momento extraño, pues parecía que esos días habían acudido a nuestra misma zona todos los voyeur de España y ninguno nos quitaba ojo. Pero a pesar de la atención desmedida que provocábamos (probablemente debido a mi preciosa acompañante) en ningún momento sentimos incomodidad ni desasosiego.
Hemos prometido seguir viéndonos. Tal vez sea prematuro, pero pienso pasar el resto de mi vida con esa chica. A cualquier precio.
                                                                                                     

Las mejores vacaciones de mi vida fueron las de julio de 2020. Ese año fue todo un caos, pero aparentemente algo me estaba protegiendo a mí, ya que no solo no fue un mal año para mí, sino que además viví el mejor momento de mi miserable existencia.
Y es por esta razón por la que siempre me gusta volver a esas vacaciones, cada año. Voy a la estación y me veo llegar, con esa cara de susto y de pardillo que me caracterizaba por aquel entonces (y tal vez ahora también, ¿a quién quiero engañar?).
Los primeros días siempre son un coñazo, pero me gusta pensar que todo es parte de la experiencia, y que sin esas horas muertas repletas de tedio no podría disfrutar con la misma vehemencia lo que ocurrirá a continuación.
Por fin llega el gran día y allí está ella. Esta vez me puse en un ángulo diferente con el objetivo de captar algún detalle que se me pudiera haber escapado en alguna de la otra miríada de ocasiones. No percibí nada diferente, pero no importa. Nunca me cansaría de ese contoneo ni de esa decisión al caminar. Tampoco del momento en el que su mirada se posó en mí, con aquellos ojos. Oh, qué ojos.
Resulta inevitable sentir un torrente de rubor al revivir aquellas conversaciones en las que uno hacía todo lo posible por aparentar ser mejor de lo que en realidad era. Sin embargo a ella esos ridículos intentos le hacían gracia. Ahora, con la experiencia, soy capaz de entenderlo. Ella me había calado perfectamente, y todo aquello que creía que le gustaría de mí, aquello que fingía ser, era apartado brutalmente por esos ojos inquisidores, dejando al aire únicamente la desnuda y frágil verdad de mi ser.
Aquellos paseos por la playa llenos de miradas cómplices y de silencios agradables. ¿Cuándo fue la última vez que me miraste así? No lo recuerdo. Tu mirada ahora solo me transmite tu disgusto, y tus silencios tu incomodidad.
Qué buenos ratos en la piscina del hotel. Míranos, hasta yo estoy atractivo. Juventud, divino tesoro. Y fue ese momento el más sensible de mi viaje, pues un desliz hizo que mi persona les llamara la atención. Por suerte pude huir rápidamente. Hay quien dice que no hay ningún problema en realizar pequeñas interacciones, pero siempre he sido precavido y prefiero no jugar con estas cosas.
Y hacia el final de aquel idílico viaje allí estaba. Ah, esa cara. Sí, recuerdo perfectamente lo que estabas pensando en ese momento, pequeño cabroncete. Una lástima que aún no comprendas que a veces nos topamos con promesas cuyo precio nos resulta imposible de pagar.

Comentarios